martes, 29 de diciembre de 2009

Del 20 al 27 de diciembre, vacaciones en Villeneuve.. (Toulouse)




Llegamos a casa de mis padres con un frío que pela. Es el primer viaje de Lilly. Se porta muy bien pero el cambio de paisaje la asusta y no conseguimos que haga pipi en ninguna parada que hacemos con este fin. Le cuesta casi cuatro días en casa de mis padres para que, por fin haga uno fuera. Ha cogido la casa como campo de batalla y andamos todo el día con el mocho. Lo encuentra todo tan distinto, los ruidos, el suelo lleno de hojas secas, los perros que ladran… Para más INRI, empieza a llover y es el principio del fin…

A parte de este pequeño contratiempo, todo bien, la temperatura se eleva un poco a los dos días y nos encontramos estupendamente dentro y fuera de casa. Pero, es invierno, cuesta un poco adaptarse al paisaje tan frío, no tanto por la temperatura como por su aspecto, los esqueletos de los árboles que se divisan en la niebla nos producen una profunda tristeza, habituados a nuestra Valencia soleada y luminosa. Dicen que se acostumbra uno. Yo no lo conseguí durantes mis primeros dieciocho años vividos en Normandía. Entonces, decidí huir todo lo lejos que pude y me encontré viviendo en esta Valencia querida. Y aquí estoy, casi más española que francesa de tantos años que llevo aquí.

No he querido pesarme a la vuelta. Por si acaso me asusto. Siete días disfrutando de tranquilidad y de buen comer no son la receta para mantener la línea. Para mi madre, tan delicada de salud ella, es una fiesta dedicar todo su tiempo a agasajarnos con los mejores manjares, patés varios, pato al horno, oca asada, el tradicional pavo para noche buena, vieiras, y ostras y ostras y más ostras, todas las que quisimos. Lo de las otras, es tradición en mi casa, no hay navidad sin ellas. A cajas llenas. La verdad es que en Francia es habitual por estas fechas.

Lo que más disfruto de estas vacaciones, son los desayunos con mi madre. Ella madruga, yo madrugo también. Suelo bajar a la cocina sobre las ocho y media y me encuentro con el olor del café preparándose, la mesa puesta con el pan hecho por ella, la mantequilla, las mermeladas caseras, la miel etc.… Empezamos a hablar y tomar café y tostadas y más café y más tostadas y más hablar... Pueden durar una hora u hora y media. Se prolongan hasta que aparezca alguien. Puede ser mi padre o mi hermana. Entonces se empieza a disolver el ritual del desayuno. Es como si se rompiera el encanto. Algunas veces, seguimos con ellos y ya no hay hora de terminar. Teniendo en cuenta que en Francia se come pronto, nos toca retrasar la hora de la comida para que no se junte con el desayuno. Para mí, es el mejor momento del día. Nunca me han gustado las aglomeraciones en la mesa y juntarnos seis o siete personas alrededor de una mesa, se convierte para mi en un mini infierno. Todo el mundo quiere hablar o se forman grupos que hablan de cosas distintas. A mi se me cierran los oídos y me aíslo en mi mundo multicolor. Y llega el día de la vuelta a casa. El último desayuno todos juntos, no encontramos el momento de irnos, siempre nos falta algo que decir, alguien a quien abrazar y la sensación de no haber hablado lo suficiente con mi hermana, con mi sobri o con mi padre… Se queda un pedacito de mí y me voy triste.
No me gustan las navidades..