sábado, 17 de abril de 2010

La paciencia es la madre de la ciencia.

No conozco a nadie que tenga menos sentido del humor que papa. Nunca me ha gustado gastar bromas a nadie y cuando veo que van a burlarse de alguien, suelo avisar a la persona a punto de sufrirla. No lo puedo evitar. Me siento tan mal, me pongo en el lugar de la victima y sufro tanto que empiezo a gesticular y a dar todas las pistas posibles para que se den cuenta de que se trata de una broma. Sin embargo, con mi padre, siento un especial placer en hacerle rabiar. Se debe seguramente a vestigios de los rencores pasados. Un día llegué a la conclusión de que quería a mi padre pero donde hubo, siempre queda. Son pequeñas bromas insignificantes como decirle que no le voy a despertar para que pueda ver las pruebas de Formula I, por ejemplo. - No Papa, no te voy a despertar. Ya esta bien de Formula I. Siempre lo mismo… Se lo digo riéndome pero su cara cambia y me mira con ira y odio. Si no me despiertas y no me buscas el canal, no vengo más a tu casa. O: - Me da igual, me vuelvo a mí casa en autostop y a continuación me anuncia de que mal voy a morir. No practico el sadismo ni nada por el estilo pero convivir con el es una prueba continua a la paciencia de toda la familia. Celebro a menudo el hecho de vivir tan alejada. He conseguido así, lejos de el, apreciar sus numerosas virtudes escondidas bajos su escasos pero aparatosos defectos. Es egocéntrico, eterno insatisfecho y lleva más de veinte años amenazándonos de morirse en breve. Hoy nos ha dicho que la próxima vez que venga a mi casa, no será en la época de los “Grands Prix de formula I”.Mi madre y yo le hemos contestado al unísono: - ¿La próxima vez? ¡Puede que estés con San Pedro! Entonces su mirada iracunda se convierte en risa. Se ríe muy poco mi padre pero cuando lo hace sentimos que no lo haga a menudo.