miércoles, 11 de marzo de 2009

MI MADRE

La cito siempre como ejemplo y cuento la misma historia una y otra vez. Para mi ha sido tan importante este hecho que no me canso nunca de contarlo.

Al poco de nacer, tuve una enfermedad que el medico no me curo bien. Un tiempo después, empecé a tener ataques de asma. Cada vez, más fuertes. Fui creciendo y los ataques aumentaban. Mi madre oyó por la radio, entonces no existía la tele, que no se debía de criar en algodones a los asmáticos. Ella se lo tomo al pie de la letra y empezó a llevarme con disciplina. Cuando ahogándome, me levantaba por la mañana diciendo: Mama, no me encuentro bien, no puedo ir al liceo. Me contestaba: hija mía, tu te vas y si cuando llegas no te encuentra bien, voy a buscarte. Hay que decir que mi colegio se encontraba a 11 kilómetros de casa y tenia que esperar el autobús a las siete y media de la mañana. En invierno, nevaba a menudo y a veces tenia que esperarlo mucho tiempo porque se retrasaba.

Mi madre dice que se moria de pena cuando me iba encorvada con mi pequeño abrigo azul. Se le partía el corazón.

Nunca me escribió una nota para evitar que hiciera deporte y una vez por semana, a las ocho y media de la mañana, hacia carreras en el jardín publico con mis compañeras de Cole. Casi siempre terminaba la carrera andando porque me ahogaba. ¡Odiaba a mi madre!! La he odiado muchas veces...

Los médicos no sabían por donde tirar y andaban perdidos conmigo. Me prohibían de todo, iban un poco al tuntún, a ciegas. Nada de deporte, no bañarme en piscina o mar, muchas comidas prohibidas y no se cuantas cosa mas. Ahora que lo pienso, creo que sabían menos que yo lo que me pasaba.

A pesar de la firme voluntad de mi madre, había días en que era imposible y no tenia mas remedio que llamar al medico. Me sentía aliviada nada mas verle entrar por la puerta. ¡Lo que hace el cerebro!! Un pinchazo en la vena y volvía a entrar el aire en mis pulmones. Todavía recuerdo esta sensación de ahogo como una verdadera pesadilla.

En casa de nuestros vecinos, vivía la abuela con ellos, una señora muy mayor que tenia también asma. La recuerdo siempre planchando y con enormes dificultades para respirar. Cuantas veces le he dicho a mi madre que si tenia que vivir así toda mi vida prefería morirme.

Un día mi madre dijo: mi hija tendrá todos los ataques que hagan falta pero no se morirá ahogada. Le voy a enseñar a nadar, digan los que digan los médicos.

Un verano, me llevo a la piscina, me enseño a nadar como lo había hecho su madre con ella.

Mi abuela era profesora de natación. Enseñaba en el río porque entonces no había casi piscinas. Los alumnos se ponían un arnés atado a una cuerda que colgaba de un pértiga larga. Digamos que parecían peces cogidos del anzuelo. Método seguro y eficaz. Cuando los alumnos habían aprendido lo suficiente, se procedía a un bautismo.

Era una fiesta. Se vestía el aspirante a nadador con vestido si era chica o con chaqueta y pantalón si era chico. También llevaba zapados para dificultar el asunto. Se llevaba en el centro del río dentro de una barca de remo. Hay que puntualizar que se ataba también una cuerda a la cintura que se sujetaba desde la orilla por si se complicaba la cosa y había que proceder a un rescate de urgencia. Una vez en centro del río, el aprendiz se dejaba caer al agua como por accidente y tenia que volver a la orilla nadando. Para las chicas, la cosa era más complicada porque los vestidos largos se enredaban en las piernas. El que alcanzaba la orilla, es que sabia nadar y sino se le ayudaba con la cuerda. Había que llegar sin problemas y sin tensar la cuerda. El nadador que llegaba en condiciones optimas, se ponía de rodillas en un trampolín, un puñado de sal en la boca y se empujaba otra vez al agua. En eso consistía el bautismo. ¡Un ritual pagano!!



Volviendo a mi madre. Me enseño a nadar a principios de un verano. No recuerdo que edad tenía pero me gusto tanto que me pasaba la mañana y muchas tardes dentro del agua cruzando casi siempre la piscina por debajo del agua. Por lo visto, bucear aumento mi capacidad pulmonar y cuando acabo el verano, después de doce o trece años de infierno, no volví a tener ningún ataque.

¡Asi de sencillo! ¡Que madre tengo!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Seguro que algún día yo también me animaré a escribir, tendré mipropio blog y le dedicaré unas bonitas palabras a mi madre. Pero quizá, como tú, necesite que pase el tiempo para que la vea con otros ojos. De momento la veo con ojos de adolescente rebelde...no te creas, en realidad tengo ganas ya de cambiar el chip y verlo todo con una mirada más madura. Aprendería a relativizar y desde luego, sufriría menos en la vida. ¡Sólo las personas que son como yo saben lo que cuesta cambiar ese chip!