lunes, 1 de noviembre de 2010

No hay má que pedirlo.



A veces, solo basta con desear algo para que ocurra. Hace unas dos semanas, pensé que me gustaría hacer un viajecito en tren. Demasiados años sin realizar ninguno y ya empezaba a echarlo de menos.

Antes de establecerme definitivamente aquí, en Valencia, era una asidua del ferrocarril. Muchos viajes en mis recuerdos, muchos miedos también porque cuando eres muy jovén, viajas sola y te encuentras en estaciones solitarias a horas tempranas o por las noches en la sala de espera de una gran estación como la gare Saint-Lazard de Paris, dormitorio de muchos vagabundos, esperando el tren para Normandía sueles pasar por situaciones complicadas. En aquella época, eran trenes con compartimentos de seis u ocho personas. En las estaciones, iban subiendo y bajando los viajeros y si hacías un viaje muy largo, te podían pasar cosas muy curiosas como la que voy a contar a continuación.

No creo que tuviera más de dieciocho años. Viajaba en un tren de larga distancia entre París y la Junquera. En una estación, se subió un hombre, bastante joven pero no sabría decir su edad, puede que los treinta. Pelo rapado, chaleco abierto sin nada de bajo, collares plateados con calaveras, cruces colgando de sus orejas, muchos tatuajes azulados en los brazos y la piel de un blanco grisáceo. Parecía recién salido de una película de vampiros. Al principio todo normal, el compartimento estaba lleno. Poco a poco, se fue vaciando. Salían tres personas, entraba una hasta que nos quedamos solos. A mi, se me hizo un nudo en la garganta y me costaba tragar la saliva. Me acurruque contra la ventanilla intentando fundirme en ella para desaparecer, me puse a mirar el paisaje con un ojo fuera y el otro atento a cualquier movimiento extraño. La verdad es que iba bastante aterrorizada. No sé si he descrito bien al hombre pero os puedo asegurar que daba miedo. Recé que no hubiera ningún túnel y si, hubo uno y muy largo. Las sienes palpitando, dejé de respirar, y cuando salimos de la oscuridad, le vi descansando con los ojos cerrados. Uf...

Al rato, abrió los ojos y empezó a hablarme. La conversación del principio, no la recuerdo pero poco a poco, me fue contando su vida. Su voz suave contrataba con su aspecto. Era francés pero llegaba de Suecia. Me contó que en Suecia, se suicidaba mucha gente y me enseño varias fotos de una mujer vestida con traje de novia blanco con muchos encajes, acostada dentro de un ataúd. La cosa iba bien. Seguía pareciendo una peli de vampiros pero ya no tenia miedo. Menos mal. La muerta era su mujer y se había suicidado. Supongo que contaba la historia a todo el que le quería oír.

Poco a poco, el compartimento se volvió a llenar y los nuevos llegados me miraban de reojo por parecerles raro que hablara con este individuo con estas pintas.. En aquella época, me importaba todavía la mirada de los demás.

Bueno, iba diciendo al principio que cuando deseas algo, te sorprende ver como ocurre. A los pocos días de pensar en ello, Archie me anuncia que vamos a recibir por mail los billetes de ida y vuelta para viajar en el Euromed destino Barcelona con motivo de celebrar el aniversario de una empresa con la que colaboramos. Los años me han enseñado que no siempre se tiene lo que se desea y que si llega bien y sino también. Cuando llegan, los recibo con la misma tranquilidad que cuando no llegan. No me suele afectar pero en esta ocasión, me sentí verdaderamente feliz, pregonándolo a los cuatro vientos.

Será porque me parece tan increíble que en poco tiempo, me han pasado varias cosas parecidas. Voy a desear que me toque la lotería. No se si va a funcionar pero por probar, no cuesta nada.

Realmente, me he dado cuenta que si anhelas algo con fuerza, se realiza siempre tarde o temprano.

Algunos de mis deseos han tardado muchos años en realizarse. Todo llega…

Por cierto, este viaje me ha encantado. He viajado multitud de veces a esta ciudad y ninguna la he visitado. Solo conocía los polígonos, cuatro avenidas de pasada y unos cuantos hoteles. Nunca hubo tiempo para pasear.

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