lunes, 8 de junio de 2009

De gatos.



Archie llevaba años diciéndole a Clara que quería un gatito. Se acordaba del Litri, el gato de su infancia, el que iba a buscarle al colegio y añoraba tener otro. Clara no estaba de acuerdo, le gustaban mucho pero un gato en un piso no le atraía para nada. Un gato tiene que tener espacio, un jardín. Para ella, son animales que tienen que entrar en casa ocasionalmente incluso par dormir pero pasar el día fuera paseando, persiguiendo ratones, dormirse en una maceta o donde quisiera. ¡Pero en un piso! No.


Al cabo de unos años, se fueron a vivir a una casa en el campo con bastante terreno como para tener diez gatos.

Paso el tiempo y Archie ocupado en decorar la casa y el jardín, se olvido del gato, hasta que un buen día vio como pasaban los gatos salvajes por su césped, lo rascaban y hacían sus necesidades. Lo comento con un amigo que “entendía de gatos”. Búscate un gato macho y veras como espanta a todos los demás. Claro que tendrás que castrarlo. Ya. ¡Castrarlo!

Los padres de Clara se enteraron del plan y como los deseos de su hija eran ordenes, desembarcaron un día con un proyecto de gato blanco y negro sin destetar. El pobre animal tenía las mismas esperanzas de vida que una mariposa. Improvisaron un biberón pero el gato hacia ascos. El animal iba deambulando por casa como un alma en pena, sin fuerzas y maullando del hambre que tenía. El padre de Clara, siempre optimista no paraba de repetir, se va a morir, se va a morir, no sé porque os molestáis tanto. Es demasiado pequeño. Dejaron un platito en el suelo con restos de Foie Gras de pato (el Jabugo francés) y la sorpresa fue mayúscula. Atraído por el olor, se arrastro y empezó a olisquear. Luego intento lamer pero no sabía. Primero lo toco con la nariz. Le costo un poco aprender pero cuando dejo el platito limpio todo el mundo respiro hondo de placer como si del primogénito se tratara. El que había pronosticado su muerte minutos antes, dijo: ¡se ha salvado!! Lo sabía. Si come vive. Fue todo un espectáculo verle aprender a lamer la leche. Al principio, daba toquecitos con la nariz, luego lamia con la lengua al revés y se atragantaba. Era tan pequeño que le llamaron Moustique

Durante un tiempo, todo fue bastante bien. Creció sin problemas. Mientras iba creciendo, Archie disfrutaba de el y se quedaban dormidos juntitos en el sofá. El corazón se les paraba cuando pretendía saltar del respaldo del sofá al de la silla. Era tan pequeño. Pero nunca se cayó. Clara se pasaba la vida buscándole por las noches con la linterna, Se escondía en la casa en construcción de la parcela contigua. Le llamaba y llamaba pero el se hacia el sordo y se escondía. Cuando oía la voz de Clara, se quedaba quieto. Llevaba un collar verde con una campanita y puede que supiera que si no se movía no le iban a encontrar, o quizás era un juego. Quién sabe lo que pasa por la mente de un gato. Ella lo encontraba a menudo cuando apagaba la linterna y divisando a fondo en la oscuridad, lo encontraba por el brillo de sus ojos.

Fue creciendo y se convirtió en un hermoso gato blanco y negro. Entonces empezó la pesadilla. Archie y Clara olvidaron la parte más importante de la recomendación de su amigo. Había que castrarlo. Pasaron este detalle por alto y empezaron los problemas. Espantar a todos los machos del barrio: si lo hacia, a costa de volver a casa lleno de rasguños, de sangre y oliendo a orín de gato. El problema es que a las hembras no les hacia ningún asco. Y, el jardín se lleno de todas sus amigas y luego de gatitos, muchos blanco y negro como el. Empezaron a perder respeto a la casa y entraban por cualquier puerta o ventana abierta. Archie y Clara se pasaron todo un verano durmiendo con las ventanas cerradas. Teníamos que haber castrado al gato, decían… Un poco tarde, no te parece… El mal esta hecho, so lo castramos que hacemos con todas la hembras y sus retoños.. Así que aguantaron como pudieron hasta que Moustique desapareció unos días, luego volvió. Volvió a desaparecer. Así varias veces hasta que desapareció por completo. Sus desapariciones esporádicas les acostumbraron a la idea de que un día podía no volver jamás. Y cuando ocurrió, le pareció a Clara tan natural! A Archie, no tanto. Esperaba siempre verle aparecer por la puerta como otras veces hasta que se hizo a la idea. El remedio había sido peor que la enfermedad pero les quedaba el recuerdo de Moustique, de haber convivido con un gato y esto si era una buena experiencia. Había que quedarse con esto y empezar a buscar el remedio a la plaga de gatos que quedaban pululando por casa.

Los que trajeron la tormenta, volvieron a poner remedio y los padres de Clara lo solucionaron de la forma más sencilla. Solo había que vigilar la comida de la perrita para que no se la comieran los gatos. Durante un mes, se tuvieron que buscar la vida y poco a poco se alejaron de la casa. Cuando los padres de Clara se volvieron a su casa, no quedaba ni uno. Ahora cuando un gato pasea por el jardín, Archie lo deja.

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