Mar tenía veintidós años cuando le conoció. Era guapa, delgada, moderna, pelo castaño y corto. Sus ojos oscuros y brillantes mostraban su apetito por comerse el mundo. Se enamoro de el o eso creyó. Al principio, todo fue como un cuento de hadas. Fue muy fácil para el llevarla al huerto. Le llevaba unos cuanto años y deslumbrarla era coser y cantar. Le bastaba con llevarla a unos cuantos sitios para ella inaccesibles. Nunca la habían llevado a un buen restaurante, ni siquiera a uno malo. Lo suyo era quedar con los amigos a la puerta de una discoteca, comer bocadillos en el bar del barrio. Para el, Mar era la candidata ideal. Siempre le había costado ligar debido a su extrema timidez. Había encontrado la manera de vencerla tomándose siempre uno o dos “cubatas” antes de quedar con alguna chica , lo hacia incluso antes de verse con los amigos. Se sentía más brillante.
Todo fue bastante bien mientras ella conservaba su trabajo y vivía en casa de su madre. La mimaba, le mandaba flores. La vigilaba, era bastante celoso. Luego se casarón y antes de tener el primer niño, Mar cometió el error de dejar su trabajo y empezaron los primeros ataques. Verbales siempre. La seguridad en ella misma fue mermando conforme iba engordando su barriga. Y la inseguridad de el fue desapareciendo conforme iba encontrando puntos flacos para atacarla. Después del primer niño, le costo mucho recuperar su silueta pero, tenia una voluntad de hierro y lo consiguió a pesar de los ataques que pretendían minarla. Luego vino la niña y el aspecto de Mar fue cambiando, se olvido de ella por un tiempo, dedicándoles todo su tiempo a sus hijos que la hacían olvidar el agujero oscuro donde se había caído. Vivía en un mar de reproches. Que si era tonta, fea, gorda, despistada… Los hijos fueron creciendo y, acostumbrados a oír los calificativos que le regalaba su padre a su madre, empezaron también a llamarla tonta. Y unos: ¡Tú no te enteras de nada!!. Hasta sus amigos le perdieron el respeto porque la veían tan entregada, tan sufridora que les parecía boba. Durante años, hizo milagros con el poco dinero que el le entregaba con la excusa de que tenia que guardar para ella y los niños en caso de que le pasara algo a el. Tenía que dar las gracias por esta vida miserable que tan generosamente le ofrecía.
En el fondo, Mar era un pobre cordero infeliz caído entre las garras de un ave de rapiña que juega con su presa antes de acabar con ella. Poco a poco, su corazón ingenuo se transformaba y un día se sorprendió pensando: a todo cerdo le llega su San Martín. Lo pensó con tal ira que se asusto primero pero luego le gustó. Le gustó la sensación que la invadió y empezó a urdir un plan a largo plazo. No, no quería matarlo. Solo esperar a que llegara el momento. Quería verle sufrir y disfrutaba ya de antemano solo de pensarlo. Se lo imagino mayor e impedido, a su merced y ella haciéndole pasar por las de San Quintín. No era un plan maquiavélico. Mar no era maliciosa. Sufría…
Un día, se sintió tan angustiada que quiso salir a la calle para escapar del ambiente opresivo de su casa. Su marido y sus hijos habían hecho causa común para insultarla. No podía esperar el ascensor. Puso el pie en el primer escalón y de repente se vio hundiéndose en su propio nombre. Veía su cuerpo roto a través del agua y le llego la paz.
Desde su silla de rueda donde se encuentra recluido, el sigue maldiciéndola a cada momento por haberse matado. No tiene a nadie para cuidarle. Sus hijos no quieren saber nada de un cerdo borracho y verborrea violenta.
¡A todo cerdo le llega su San Martín!!
2 comentarios:
me gusta pensar que es cierto, que a todo cerdo le llega su martín.
por desgracia es tarde cuando llega, hay muchas mujeres como la protagnista de tu relato... pero necesitamos estos relatos para no olvidarnos...
un placer leerte!!
muchos besos guapa!!
Para naná...
Pues si naná, nos olvidamos demasiado de las miles de mujeres y también hombres que sufren un continuo maltrato sicológico. No es necesario pegar para anular una persona y hacer que su vida deje de tener sentido.
Gracias por leerme.
Un beso.
Un beso.
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